Sofía Albero Verdú
Alicante, 2011
Sobre el blanco transparente emergen
Brotaron de la tinta, a merced del viento
Pero están clavadas en mis ojos como estacas
Esos rostros de papel…
Me susurran, me insinúan, ¿por qué me miran?
Se arremolinan con sus aleteos
Un sueño se quema lento
Mientras alguien sopla las cenizas.
Agua entre mis dedos
Si tuviese que comparar la obra de Mireya con una estación del año, ésta sería el otoño. Es la mejor época para detenerse a mirar el mundo que nos rodea y ver cómo se transforma rápidamente. El paisaje es uno de los más hermosos del año, tan rico y diverso como efímero y cambiante. Se despliega ante nosotros como las figuras en las láminas de Mireya. Se desvanece en cada pestañeo como el trocito de papel que sucumbe a una llama. Pero sucede algo extraño en este devenir. Pese a que las imágenes transcurren como el agua, el impacto que causan puede hacer que perduren en la memoria, para saborearlas después con toda tranquilidad.
Si me pidiesen que describiera cómo es para mí un beso, tendría que pensar primero en qué se siente al dar uno y, después, en cómo expresar algo tan personal como eso. La obra de Mireya es para mí algo parecido, porque me lleva a pensar en cómo expresar parte de una experiencia íntima que habla de sensaciones, en parte sólo comprensibles cuando las reconocemos en nosotros.
Las creaciones de Mireya Martín Larumbe nos dan la oportunidad de poner en marcha un proceso perceptivo íntimo diferente en cada uno de nosotros. Al igual que las rimas nos hacen disfrutar con la sonoridad de las palabras, los delicados trazos de sus ilustraciones permiten deleitarnos con la sensibilidad que transparentan. Las escenas son completadas por nosotras y nosotros, espectadores, cuando nos adentramos en la atmósfera que las envuelve. No sabemos nada de esas mujeres, ni cuál es su historia, sin embargo percibimos en ellas sensaciones que pueden resultarnos familiares.
Un beso no tiene un relato en sí mismo, pero puede conmovernos como la más maravillosa de las historias.